Un hombre llamado Albert


La ciencia está presente en cada uno de los aspectos de nuestra vida. Desde que nacemos hasta que partimos de este mundo terrenal, y aún sin saber, hacia dónde vamos. Desde cuando queremos demostrar algo y buscar las explicaciones a eso que tanto nos desvela; hasta mantener intacta nuestra capacidad de asombro y curiosidad frente a un mundo maravilloso y desconocido a la vez. El tiempo corre y buscamos el conocimiento que de alguna manera luego lo transmitimos a lo largo de nuestro camino, con los hijos, los amigos, los hermanos. Conocimiento al que solemos llamar sabiduría. Frente a los cuestionamientos aplicamos nuestra intuición. ¿Y cuándo nos perturba la duda?, no dejamos de insistir hasta quitarle el manto al misterio.

Somos prueba y error en nuestras decisiones y elecciones, incluso cuando sobrepasamos la barrera “del otro”. En el fondo, si nos detenemos a pensar, somos y actuamos como científicos en la vida, buscando una explicación a lo inexplicable. ¿Quién puede discutir entonces que la ciencia es de pocos, que no la entendemos?, cuando en realidad forma parte de nuestra vida. Aplicamos la ciencia a la hora de cocinar, de relacionarnos con la familia, los vecinos, o acaso el amor ¿no es pura física y química?. 

Buscando entender la ciencia, me encontré leyendo la vida de Albert Einstein. Gratamente me llevó poco tiempo conocerlo. Dicen, con justa razón, que en el pensamiento científico siempre están presentes elementos de poesía. “Pon tu mano en un horno caliente durante un minuto y te parecerá una hora. Siéntate junto a una chica preciosa durante una hora y te parecerá un minuto. Eso es la relatividad. La gravitación no puede ser la causa de que la gente se enamore”, solía explicar Albert, hombre de espíritu revolucionario y que buscó hasta sus últimos días, saber cómo Dios había creado al mundo. Al final, todo es más sencillo de lo que parece.

Confirmé entonces, de que la ciencia es parte de mi vida. Que somos mucho más que una colección de genes. En fin, no hay ciencia más hermosa que la de vivir, de ser quienes somos, únicos e irrepetibles. La ciencia tiene una característica maravillosa y es que aprende de sus errores, que utiliza sus equivocaciones para reexaminar los problemas y volver a intentar resolverlos, cada vez por nuevos caminos. Soy ciencia, lo entendí y los disfruto gracias a un hombre llamado Albert.


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