El “Santo Grial” del peronismo


La muerte se presenta, se instala, la podemos percibir, oler, tocar, desde el mismo momento en que se pronuncia su nombre. A la muerte la podemos ver desnuda, frágil, humillada, perdida, ultrajada y por momentos emanando luz propia. Hasta puedo sentir compasión por ella. Lo único que me perturba de este proceso terminal, es pensar que en la Argentina existió un culto, una pasión en voz baja, por la necrofilia, esa atracción sexual hacia los cadáveres. Las evidencias están presentes en esta historia, la del cuerpo embalsamado de Eva Duarte de Perón. Un cuerpo sin vida, pero que nos habla y se representa, en la voz de la muerte.  


La muerte ahora tiene cara de mujer, un nombre, una existencia. La podemos ver parir de sus propias entrañas tres entidades sobrenaturales sin alma; pero ninguna, tan exacta y perfecta, como ese fruto que les dio aquel soplo de existencia. La muerte, no está muerta. Nunca la dejaron morir en paz y permanece, cual maldición, confinada a este mundo. Sin embargo el espíritu inmortal de Evita, la verdadera Eva, seguramente está, en ese lugar donde van a parar todas las almas cuando dejan este plano terrenal. El alma de Evita, no siente dolor. Su muerte, es la que padece el sufrimiento eterno anclado a un cuerpo momificado, que nos recuerda su existencia.

Tres copias en cera, se hicieron de ese cadáver. Un cuerpo que en vida, no pidió ser embalsamado y que sin embargo, lo condenaron a una muerte eterna. Pero resucita y vuelve a morir. La mataron tantas veces: el día que la embalsamaron; cuando dejaron que el cáncer avanzara hasta sus entrañas; cuando la obligaron a desistir y renunciar de sus aspiraciones políticas al servicio social de todo un pueblo que la reclamaba y amaba. La mataron con la indiferencia y los desaires que le propinaron a una jovencita vulnerable repleta de sueños que quería llevarse el mundo por delante. La mataron cuando vieron que Evita se hizo grande, que trascendía todos los parámetros razonables de una divinidad inmaculada que tenía devoción por los más desprotegidos. Se hizo tan grande, que el mito en vida, comenzó a tomar forma. La mataron aquellos en quienes ella confiaba y sin embargo la traicionaron. La mató el odio de aquellos enemigos cegados por ansias de poder. Y ahora está presente, como suplicando que no la olviden. Una muerte que no está vacía. Dejó a su paso destrucción, veneración, misterio y memoria.


La historia de una mujer que el destino quiso transformarla en mito antes de tiempo, dentro de un contexto social de transformaciones que atravesaba un país de confrontaciones, luchas, autoritarismo, sangre y desigualdades. La historia de una momia itinerante, de un trofeo político, de un objeto de fetiche de esos que se dicen posee poderes mágicos o sobrenaturales y que protegen al portador valla uno a saber de qué tipo de fuerzas malignas y misteriosas. La obsesión que se funde con los perturbados desordenes mentales de quienes hacen de la necrofilia un culto y de ese culto, un símbolo de poder. La historia de un cadáver que solo busca reivindicar a la mujer sufrida, incomprendida.

El cadáver se desplaza por momentos de su lugar en la trama, para dar paso a la memoria, a la historia de vida de esa muchachita del interior, que con el tiempo se transformó en “Santa”. Siento que para el autor, plantear el calvario de un cuerpo itinerante fue solo la excusa, para colocar nuevamente a Evita en el pedestal más alto de la devoción popular. Para que no la olviden. Para justificar sus propias creencias. Su admiración por esa mujer. Eso nos deja entrever cuando nos dice que fueron muchos años, los que tuvieron que pasar, hasta poder escribir esta novela. Un escritor increíble, que nos arrastró con él a la inmensidad de sus creencias; nos dio un lugar privilegiado en la trama de su creación. Nos dejó comulgar con su obsesión por aquel misterio y comenzamos a transitar la historia, fusionándonos con el narrador y el detective. Uno se transforma en un testigo silencioso e invisible. 

Esta simbiosis deliciosa que se siente con el autor, se potencia al saber que gran parte de esta novela, es una reconstrucción histórica con base documental y testimonios verídicos. Sin embargo, cuando cruzamos la delgada línea entre la realidad y la ficción; el autor nos sacude con el presente, nos alerta de la situación, aun cuando por momentos no se ofrezca de modo explícito. Pero lo hace y nos cuida.


Ya no hay distancias, y juntos emprendemos el viaje detrás de un cuerpo nómade que reclama un poco de dignidad. Un viaje en el que los escenarios, espacios y personajes, nos resultan conocidos. Es la condición por la cual uno despierta su instinto, su lado crítico; pero es el autor quien nos permite cuestionar sus principios, su composición y hasta su posición ante la realidad que va armando. Por eso el autor decide ir revelándonos sus fuentes de información, tanto las reales como las inventadas de la trama ficticia imaginada a partir de un referente histórico. Nos pone a disposición su trabajo de investigador, su metodología para proceder frente a un dato que se le revela o que descubre en los  documentos que pudo conseguir. Vemos ese entrecruzamiento de discursos reales y ficticios; y nos volvemos cómplices en la construcción del relato. 

La ficción se nos presenta como un recurso literario indispensable para el tratamiento del material histórico, tal vez buscando instalar la verdad que se escondía detrás de ese mito. Líneas narrativas que nos llevan a repasar cada detalle en la vida de Evita, contada a través de su propia voz, de los recuerdos de su madre y de sus propias palabras plasmadas en un pequeño cuaderno cuando escribió sus memorias. La literatura (con una puesta en escena de todo tipo de recursos estilísticos en un lenguaje coloquial) y la historia (documentada) proceden de una manera similar, transformando sucesos y personas en discursos especializados y ficticios. 

De esta manera el autor nos lleva de un lado a otro, del presente al pasado, de lo real a la ficción, siempre cargando con la mochila del mito. Y al final, cuando creemos que la historia termina, es justamente cuando Tomás Eloy Martínez decide ponerse a escribir esta novela. Decide contarnos su historia, esa que lo asechó por tanto tiempo en sus sueños y que por esas cosas del destino, un llamado telefónico, cambió la suerte de ese escritor deprimido y de ese cuerpo estigmatizado por décadas.


Dejando de lado, por un momento, el encantamiento que me provocó la novela y mi agitada participación en la trama, en lo personal me deja grandes inquietudes y sentimientos encontrados sobre la figura de Eva Duarte la esposa de Juan Domingo Perón, uno de los hombres más fuertes de la política nacional y líder del peronismo. Digo inquietudes y sentimientos encontrados, pero desde su personalidad y forma de vida. Nada para discutirle a este gran escritor y periodista, que en esta novela histórica me deleita con su narrativa extraordinaria e impecable. Pero quiero ser lo más honesta posible con mis sentimientos y sensaciones, porque veo que hay cuestiones que no terminamos de definir como ciudadanos y que creo humildemente, son las que nos llevan a lo largo de la historia a cometer los mismos errores. La peligrosa paradoja peronista y la inexplicable obsesión por “idolatrar y exaltar” e incluso llevar hasta el grado de “prócer” a ciertas figuras de su partido. Diría Tomás Eloy Martínez:La Argentina es un cuerpo de mujer que está embalsamado”.



Es notable como desde distintos sectores sociales, gremiales y políticos, se impulsó un vasto culto a la personalidad de Evita. El destino quiso que tanto su cadáver como el de su marido fueran profanados y ultrajados. Esa maldita pasión por la necrofilia. En el caso de Perón le sustrajeron las dos manos al cadáver. En el caso de Evita, su cadáver embalsamado fue secuestrado hasta que finalmente, hoy descansa en el cementerio de la Recoleta. 

Los relatos apuntan a que ese cuerpo una vez exhumado de la tumba en Milán, le faltaba un dedo, segmentos del pie, del cuello, la nariz, entre otros daños y maltratos. Pero en ese destino ya estaba muy marcada en su persona, la dualidad de lo material y lo espiritual. Evita la abanderada de los humildes lucía las joyas más exquisitas, caras y extravagantes de la época; al igual que su vestuario, entre los que se encontraban distinguidas confecciones internacionales extremadamente costosas, desde vestidos diseñados con exclusividad por Christian Dior, pieles, sombreros y zapatos. 

Para la joyería Van Cleef, Evita fue una de sus más conspicuas clientas, incluso estos diseños quedaron retratados y se pueden observar en las fotografías de la época durante actos oficiales de gala o en actos políticos junto al pueblo. Es incalculable el valor de las joyas entre las que se destacan exquisitos collares de rubíes y diamantes, como así también el broche con la forma de la Bandera Argentina de brillantes y zafiros, tan famoso y codiciado en el mundo, hoy en manos del empresario Matías Garfunkel.



No sé bien por qué reparo en estos datos; tal vez sea mi curiosidad o la necesidad de quitarme el peso que me provoca, cargar con esa mochila del mito que el autor nos hizo llevar durante ese viaje entre la realidad y la ficción, a lo largo de toda su creación narrativa. Al final, esa mochila no era mía. Me sumergí en la novela, despojada de prejuicios sobre la figura de Evita; y acá estoy, tratando de corroborar cada dato que nos expuso el autor expresados por los personajes que pasaron por la novela. Ahora soy yo, la que busca descifrar el significado de ese mito al que clasifican como  “Santa”.





Cuenta la familia Duarte que pocas joyas sobrevivieron a su época después de su muerte y muchas otras fueron desguazadas o desmanteladas, desconociéndose su destino. De Industria Nacional, prácticamente nada; quizás eso quedó en su pasado. No es mi intención discutir que tiene que hacer cada uno con su dinero, ni mucho menos criticar el refinado gusto por las joyas y confecciones de alta moda de Evita. Lo que no concibo en aquellas personas de carácter público que se arman o construyen una “imagen” de humildad y devoción por los que menos tienen; que justamente presenten un discurso contradictorio o de “doble discurso” en este punto: mostrar su poder económico o su poder de adquisición que está tan lejos del alcance de aquellos más vulnerables socialmente por quienes dicen preocuparse. Llámese Evita, Ernestina o “Cristina” y obviamente cualquiera sea el ámbito en el que se muevan como la política o las fundaciones de acción social o beneficencia.  

Respeto el culto de aquellos hacia la “Evita Santa”, pero insisto, no lo comparto. Creo que Eva fue una extraordinaria mujer y el pilar fundamental en la vida y actividad política de Perón. Y vuelvo a mis palabras iniciales: Evita se hizo tan grade que terminó opacando la deslucida imagen de Perón. Se hizo  tan grande, que el mito en vida, comenzó a tomar fuerza. Por eso siento que los primeros que la mataron fueron aquellos en quienes ella confiaba y sin embargo la traicionaron. Lamento que muriera tan joven, porque seguramente habría tenido mucho más para dar a la política y al peronismo. A veces pienso ¿cuál hubiera sido el destino del país, si Evita no hubiera fallecido tan joven e incluso hubiera sido la vicepresidenta de la Nación junto a Perón?



Y así como el autor en su novela, en esa reconstrucción que hace sobre algunos aspectos de su vida, quizás busca explicarse el por qué de la desaparición de su cuerpo; de la misma manera, pienso en todos estos hechos y situaciones en “la vida de la pareja”, que tal vez me lleven a entender en lo personal, por qué tanto ensañamiento hacia la difunta; por qué tomar como trofeo de guerra su cadáver sin vida y el por qué a un culto inexplicable que hicieron de una simple mortal, una santa después de muerta.



Viene a mi memoria mientras tanto, el final de la Segunda Guerra Mundial (1945) que significó no solamente la caída de Adolf Hitler y el triunfo de los aliados, sino también marcó el comienzo de una etapa que tendría como protagonistas a los nazis que comenzaron a huir hacia diferentes puntos del planeta. Seguramente amparados por un régimen que les resultó más que amigable como el de la Argentina bajo el mando de Perón. Se mencionan los casos de Adolf Galand, Kurt Tank, Ante Pavelić (el líder de la Croacia nazi y asesor de Perón) y finalmente el caso de  Hans-Ulrich Rudel quien supo ser merecedor de la amistad de Perón.



Cuenta la historia, que Perón logró que Rudel fuera uno de los colaboradores de la Fuerza Aérea Argentina y miembro activo de la Asociación Internacional de Transporte Aéreo, institución estatal que produjo en la Argentina el primer avión a reacción fabricado en el país con tecnología alemana. Según la historia, documentación e incluso fotografías de la época, la amistad y colaboración de Rudel con Perón se prolongó en el tiempo y pudieron volver a encontrarse en 1974, poco antes de la muerte de Perón en la residencia de Vicente López, Buenos Aires. Entre los negocios de Rudel estaba la representación de la compañía de Josef Mengele e incluso se dice que lo ayudó a escapar de nuestro país hacia Paraguay. Rudel se mantuvo firme en su ideología nazi, incluso después de revelarse los crímenes del Holocausto del régimen de Hitler. No se le encontró culpable de crímenes de guerra ni de lesa humanidad.

Basta recordar el período más triste de la historia argentina que incluye justamente a miles de seguidores del peronismo que fueron perseguidos, desaparecidos, asesinados y fusilados por el régimen de la dictadura militar, actos que se encuadran con aquellos denominados crímenes de lesa humanidad. ¿Perón les dio protección a criminales nazis? No me olvido, que hubo muertos y fusilados del otro bando. Un caso para mencionar, fue el secuestro y fusilamiento del general Pedro Eugenio Aramburu por la organización Montoneros en 1970. En cautiverio, fue acusado por su accionar durante el Golpe de Estado de 1955, los fusilamientos de José León Suárez de 1956 (la novela histórica de investigación periodística que llevó adelante Rodolfo Walsh) y la desaparición del cadáver embalsamado de Evita. En 1974 el cuerpo de Aramburu fue secuestrado por los Montoneros con el fin de presionar al gobierno constitucional de Perón a traer el cadáver de Evita, que se encontraba en la quinta "17 de Octubre" en España, en el Barrio “Puerta de Hierro”. Su cuerpo descansa paradójicamente en el mismo lugar de reposo de Evita, el cementerio de la Recoleta.


Es increíble como la Historia se ensaña en acercarnos unos hechos con otros. Por eso recurro a observar las fechas de estos acontecimientos que incluyen la vida y el después de muerta de Evita, para entender un poco más, sus vínculos y relaciones con el poder en aquellos tiempos. Evita nació en Los Toldos un 7 de mayo de 1919. A la edad de 15 años en 1934 viaja a Buenos Aires. Conoció a Perón en 1944 y se casó con él en 1945. Eva muere el 26 de Julio de 1952. Después del secuestro de su cuerpo en la noche del 23 de noviembre de 1955 pasó 14 años sepultado en Milán hasta que se lo entregan a Perón el 3 de septiembre de 1971 en España en su quinta “17 de Octubre” y lo instalaron en una habitación del primer piso. Recién el 11 de noviembre de 1974 retornaron a Buenos Aires y reposaron en la capilla ardiente en la residencia Presidencial de Olivos. Finalmente el 22 de octubre de 1976 la dictadura militar dispuso la restitución del cuerpo de Eva Perón a sus familiares. El cuerpo fue llevado a su bóveda, bajo estrictas normas de seguridad, al Cementerio de la Recoleta. Sentía la necesidad de acomodar estos años en que transcurrieron los días de Evita, para ubicarme en la historia y los hechos acontecidos en esas épocas.


Son muchas las historias que hay en torno a Perón y la llegada de hombres muy cercanos a Hitler a la Argentina. No voy a detenerme en este punto, pero me pareció oportuno también mencionarlo, porque Evita era su compañera, su confidente más allá de ser su esposa. ¿Desconocería entonces Evita las cuestiones de Estado, las relaciones políticas de su esposo? Estas son algunas, de las tantas inquietudes que despertó en mí la novela. Insisto, fue inevitable volver sobre la historia para poder tomar mi lugar de lectora y anclarme a esta realidad, que por momentos mientras leí la novela, sentía que me iba a otra dimensión de la que tal vez no podría volver atrás. 

Siento que la historia desarrollada alrededor del cadáver embalsamado, es solo parte de una época que inicia con un Perón que llega a la vida política por un golpe militar del que fue protagonista. Era un contexto mundial en el que se creó el Fondo Monetario Nacional, el Banco Mundial y la Organización de los Estados Americanos. Se decía que en la primera presidencia de Perón se sentaron las bases de la nueva Argentina favorecida por la existencia acumulada del dinero durante la guerra. Incluso en esos años dos territorios nacionales fueron provincializados en 1951: el Chaco que pasó a llamarse Provincia “Presidente Perón” y La Pampa, Provincia “Eva Perón”. Hasta La Ciudad de La Plata se llamó un tiempo Eva Perón.




En el segundo período los problemas económicos frenaron la distribución de bienes y llevaron a un replanteo del tema de la productividad y los salarios, mientras se acentuaba el poder personal de Perón. Un gobierno que llegó al encarcelamiento de los opositores comunistas y de los radicales Ricardo Balbín y Ernesto Sanmartino; la censura y la intimidación (incendiaron el edificio de la UCR y algunas iglesias durante 1953 y 1955). El Estado centralizaba la información y ejercía censura sobre la prensa. El personalismo dificultaba el equilibrio de los poderes del Estado y el sistema de controles. Repaso estos momentos, tal vez pensando, si fueron los que llevaron en esos tiempos a que fuera secuestrado el cadáver de Evita a modo de trofeo político. Alguien se estaba empezando a cobrar deudas que tenía Perón.

Pero el peronismo obtuvo logros innegables en cuanto a la mejora de la situación de los trabajadores y marginados. Sin embargo, gran parte de la legislación y de la obra social desarrollada, se hizo sobre la base de los principios, luchas y logros previos del socialismo y el radicalismo. Estos facilitaron la acción del peronismo y le sirvieron de apoyo; pero a pesar de todo, no hubo un reconocimiento de lo adeudado. Las personas de Perón y Evita fueron exaltados más allá de su obra de gobierno.  

A veces me pregunto si esto era necesario, por el hecho de que, es una obligación del Estado y sus gobernantes atender las cuestiones del pueblo y no un simple regalo. Brindar salud, educación, condiciones dignas de trabajo y obras de infraestructura para el bienestar de un pueblo, es una obligación y responsabilidad de sus gobernantes, que para eso fueron elegidos por la voluntad soberana. ¿Qué deuda puede tener un pueblo con un gobernante que le concede educación, salud, trabajo? Ninguna, definitivamente. Es una obligación, porque ese ciudadano (rico o pobre) paga impuestos y elige a quienes depositar en sus manos la administración de un Estado. Tal vez los “descamisados”, “negritos” o “grasitas”, como los llamaba Evita a sus pobres humildes, no lo comprendieron. 

Esta es una de las grandes deudas con la Nación, hasta el día de hoy, que consiste en terminar con la crisis cultural, en todo sentido. Lo digo, porque el peronismo a lo largo de su historia, siguió cometiendo los mismos errores del pasado. Sostuvo las mismas prácticas, como decir que podes pensar libremente y cuando lo hacías, por el solo hecho de pensar distinto, te consideraban un enemigo, un traidor a la Patria o un desestabilizador del Gobierno. 




El Estado se volvió un aparato enorme, cuyas graves deficiencias afectaron al total de la población. El peso del déficit estatal recaía especialmente sobre las espaldas de los sectores más vulnerables a los que se había querido proteger. El poder vertical de los sindicatos creó una burocracia que a veces no permitía la democracia interna. Pero no es esto, lo que los sectores más débiles de la sociedad vieron en el peronismo. Lo que ellos veían era que alguien los escuchaba y atendía. Las leyes laborales y sociales introdujeron mejoras y el acceso al poder fue evidente a través de sindicatos, cargos, diputaciones y acceso a los despachos oficiales. Quizás una clave de la permanencia del peronismo haya sido que los aciertos de Perón no fueron superados por los gobiernos que le sucedieron y en cambio sus errores sí.

Llegó después la inestabilidad característica y distintiva del período 1955 en adelante hasta la tercera presidencia de Perón con la llegada a la vida política de su esposa de aquel entonces María Estela Martínez en el año 1973. Se dice que hay que tener en cuenta que en una conducción es importante la organización espiritual y la material. De esta manera, observamos que Perón dejó su impronta en la organización política y Evita apuntaló la organización espiritual, un mérito que hay que reconocerle, a pesar de todo.


Uno se va reconociendo como argentino en aquellos hechos de la historia pasada. Lo importante sería no cometer los mismos errores. Ahora bien, si Perón en un punto de su historia junto a Evita fue de alguna manera contradictorio con respecto a su conducción y en los resultados que obtuvo; ¿por qué tanta devoción hacia ellos? Estas son las cosas en las que me quedé pensando. 

Evita más allá de impulsar el voto femenino, las acciones sociales y defender a los humildes, se mostraba combativa y no ocultaba su odio con la oligarquía de la época. Y aquí vuelvo a mis primeras líneas. Evita fue una mujer que siempre vistió con lujosas marcas internacionales y exclusivas joyas suntuosas que quedaron plasmadas en retratos de la época y fotografías. Criticaron y combatieron aquellas cosas que después, ellos mismos se encargaron de instalar en su gobierno. Criticaron y buscaron enemigos, que en algún punto de la historia, fueron prácticamente iguales a ellos. 
Evita después de su muerte a los 33 años pasó a ser un mito y el peronismo perdió mucho más que la esposa de un líder; fue la mujer que dio el primer paso en crear una masa de seguidores y prepararlos para ser dirigidos.


El 31 de Agosto de 1955, Perón desde los balcones de la Casa Rosada le dijo a sus seguidores: “… la consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, es contestar a una acción violenta con otra más violenta. Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos”. La violencia engendra más violencia. Llegaba la caída de Perón.

Entiendo que las comparaciones no son buenas.  Pero en mi concepción, cuando tengo que designar a una “mujer santa” se me representa la figura de la Madre Teresa de Calcuta. La Real Academia Española dice que “santo” es alguien perfecto y libre de toda culpa; dicho de una persona: de especial virtud y ejemplo. Quizás Evita, tenga algo de especial virtud en su cercanía con los humildes; pero la Madre Teresa durante décadas entregó su vida al servicio de pobres, enfermos, leprosos, huérfanos y moribundos, sin ningún tipo de ingresos, salvo las donaciones de alimentos que recibía. Por eso tal vez, el término “santa” le quede demasiado grande a Evita.



El autor me lleva a pensar en la muerte, en ese perturbador cadáver embalsamado que se transforma en símbolo de la resistencia peronista, de la división nacional silenciada y encubierta, de lo que pretendía dejarse fuera de la historia impuesta como oficial. En metáfora de la presencia insoslayable del pasado en el presente, que hace también de la identidad nacional, un cadáver exquisito. Lo dijo el propio autor: “La Argentina es un cuerpo de mujer que está embalsamado”. 
Ahora le encontré sentido a esas palabras. Evita en su último discurso dijo que si alguien levantaba la mano contra Perón, ese día saldría con el pueblo trabajador, viva o muerta. Así terminó, muerta. Pero también, viva en el recordatorio de un cadáver embalsamado que pretende ser venerado eternamente; que pretende ser el “Santo Grial” del peronismo.




Una introducción a la novela "Santa Evita"

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